
Era el pecho por delante. Frente al toro y en la vida. La mirada profunda. El gesto sereno. La palabra justa. Medida.
Medida y temple. Dosis justas de todo menos de grandeza y verdad torera.
Un toque. Eh, eh toro. Distancia. Vente, vente. Y la pierna hacia delante, en la vía misma que conduce por igual a la muerte y a la gloria. Vente, toro, vente.


Y sin tener sangre azul. Ni falta que le hacía. Su sangre era lila. Lila sabiduría. Lila independencia. Lila dignidad. Lila y oro para un torero con el alma de diamante.
Se va Chenel. Se va el aroma. Se va la esencia de la torería. Elegancia y lujo en el frasco recio del clasicismo. Un ayer que no es pasado. Un futuro que empezó a ser antes de llegar.
Ya lo dijo esa gran dama que nació Gabrielle y murió Coco, que el estilo jamás pasa de moda. Y sin quererlo, describió el aroma a Chenel. Chenel sin número. Chenel infinito.
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